Y una impresionante cantidad de jóvenes acudimos demostrando la mística reencontrada. Ahí estuvimos las nuevas generaciones, agrupados e independientes interpelados por igual, que conocimos por primera vez el entusiasmo por la política gracias a la inesperada aparición del kirchnerismo. Nos sentimos, como nunca antes, consustanciados con esta democracia resignificada desde el día fundacional en que un casi desconocido, y desaliñado hombre del sur, asumía como presidente. Aquella vez, en el marco de un país que había tocado fondo, afirmó: “Formo parte de una generación diezmada, castigada con dolorosas ausencias, me sumé a las luchas políticas creyendo en valores y convicciones a los que no pienso dejar en la puerta de entrada de la Casa Rosada.”
Y cómo no remarcar una y otra vez que Néstor Kirchner no sólo fue fiel a esa premisa inaugural sino que, incluso, contribuyó ostensiblemente a desmontar el relato neoliberal, desde su propia impronta y personalidad, mediante su capacidad de politizar constantemente a la sociedad y estimular el debate de ideas acompañado de hechos y decisiones de Estado.Observador agudo del escenario que emergió del 19 y 20 de diciembre de 2001, arraigado en la tradición de la izquierda peronista, este hincha de Racing entrador y vehemente, de espontánea incorrección política y ajeno a todo protocolo, pateó el tablero del ajedrez diseñado por el Consenso de Washington. También impuso nuevas reglas de juego a los sectores de poder, a medida que ampliaba su espacio de sustentación en el campo popular.
Nacía otro tipo de Estado, que no sólo dialogaba con los silenciados e invisibilizados durante décadas, sino que incluso instalaba sus problemáticas en el centro de lo público y, en muchos casos, respondía progresivamente a sus demandas y comenzaba a otorgar soluciones concretas.
Consciente de que su gobierno fue de reconstrucción y reparación, en una recordada entrevista con el periodista Horacio Verbitsky, publicada en el diario Página/12, Kirchner graficó: “Abrí una ventana. La Plaza de Mayo estaba llena. Fue la más triste que vi en mi vida, porque allí había un pueblo que demandaba trabajo, atención, que la Casa Rosada se diera vuelta y dejara de mirarlos con la nuca.”
Pese a ese cuadro inicial y a asumir con apenas el 22,3% de los votos, su mandato quedaría marcado por hitos como la política de Derechos Humanos, la renovación de la Corte Suprema, la cancelación de la deuda con el FMI, la baja de los índices de pobreza de un 42,7% al 16,3% en el primer año, la reducción de la desocupación a un dígito, la recuperación del mercado interno, el retorno de las paritarias como herramienta fundamental de los trabajadores, la subordinación del poder financiero a la renaciente estructura productiva del país y el comienzo de un proceso de integración regional que tendría su gran momento en el “No al ALCA” en Mar del Plata.
Llegado el tiempo del gobierno de Cristina Fernández las cosas habían cambiado considerablemente. El momento paradigmático fue el lockout agropecuario de 2008. Desde ese momento, se radicalizó el rumbo pese a tener que sobrellevar una crisis internacional de alta intensidad y un duro trance en las elecciones legislativas de 2009. Y se tomaron medidas enormemente significativas desde lo material, pero que también lograron un salto cualitativo en la conciencia ciudadana, como la reestatización jubilatoria y la recuperación de Aerolíneas Argentinas como línea de bandera, la Asignación Universal por Hijo, la Ley de Medios Audiovisuales de la Democracia, la destitución del ortodoxo Redrado en el Banco Central y la designación de Mercedes Marcó del Pont, el matrimonio igualitario y, a nivel regional, la consolidación de la Unasur con Kirchner como secretario general o “primer presidente de Suramérica”, como lo llamó Evo Morales.
Por todo esto y más, van los nostálgicos de la Argentina elitista que, una vez más, actuaron con fidelidad a la oscura historia que los ampara. Como en otro tiempo, escribían con un resentimiento insondable “Viva el cáncer”, como festejaron y luego hundieron en el olvido las bombas que tiraron en la Plaza de Mayo en junio del ’55, como propiciaron y alentaron todos los golpes de Estado y las más sanguinarias carnicerías, como respaldaron a gobiernos constitucionales solamente cuando cumplían al pie de la letra las directivas de la ortodoxia económica, una vez más volvió a quedar en evidencia la bajeza indecible de los operadores mediáticos de la derecha: en el mismo día en que falleció el líder político más decisivo de la última década, salieron a especular en las ediciones digitales de Mitre y Magnetto con la posibilidad de que Cristina aminore el paso y ceda a sus presiones.
En este punto crucial, la entereza y el carácter de la presidenta son una garantía para todos aquellos que abogamos por la profundización de este proceso de cambio. Ahora, las posibilidades que tenga el gobierno para sortear los escollos, que no tardarán en llegar con el único objetivo opositor de retroceder en el camino emprendido, requieren de una activa participación de todo el arco nacional y popular, y de los espacios afines. Con el liderazgo de Cristina como eje aglutinador de una etapa que debería estar marcada por la creciente organicidad y articulación de este amplio conglomerado kirchnerista forjado al andar, con los matices conocidos que aportan sus distintos elementos, pero disperso y amorfo hasta el momento.
Sólo así se evitará cualquier tipo de aflojada o de “poskirchnerismo” emanado de algunos dirigentes que, a la espera del momento oportuno, no tendrían mayores problemas en revestirse como garantes de un supuesto diálogo superador. Lo que es, en otras palabras, una forma edulcorada de definir a un nuevo orden político subordinado a las exigencias de los que quieren el retorno de la patria para unos pocos.
Las nuevas camadas rendiremos el homenaje más genuino a Néstor Kirchner si seguimos, desde nuestras propias características generacionales, la huella de sus dos virtudes fundamentales: la pasión y la convicción. Y estaremos a la altura de este tiempo histórico si contribuimos, desde el lugar de lucha que cada uno abrace, a seguir desarrollando entre todos una militancia leal y comprometida como la que ya existe, pero también, estimulándola a ser más creativa y novedosa allí donde haga falta, impulsando y apuntalando todos los cambios estructurales que se necesitan para tener un país plenamente justo y emancipado.
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